EL PRIMER CAZADOR

Si tuviéramos que diseccionarlo para ver los ingredientes que hay en un Intervalo, veríamos que tiene una porción de Greguería, cuarto y mitad de Haiku, una pizca de aforismo, un pellizco del arte conceptista del siglo XVII mezclado con todas y cada una de las vanguardias históricas y otras cosillas menudas que a lo largo de la historia ha habido. Todo ello agitado con el beneplácito de Nicéphore Niepce para lograr ese instante con el que sorprender a la realidad a pie cambiado. Pues bien, el gran Ramón Gómez de la Serna ya apuntaba la técnica en este revelador cuento:

EL TURISTA EXCEPCIONAL


Ser un turista cualquiera no vale la pena, pues todo lo que se descubre está como estaba en los libros de estampas. El turista excepcional sorprendía las cosas en su momento inesperado. En la celosía del palacio del Arzobispo veía una virreina asomada. A la torre inclinada de Pisa la veía en ese momento del amanecer en que se despereza y se pone derecha unos instantes. Y a la torre Eiffel la había sorprendido en ese momento en que, como una jirafa que baja la cabeza, se pone a comer hierba en el Campo de Marte.
En Pompeya había sorprendido al poeta de la casa del poeta dramático, escribiendo una tragedia. Y al oráculo de Delfos le había oído hablar solo, como a un speaker frente a un micrófono. Todas esas cosas extraordinarias le sucedían al turista excepcional cuando iba solo y por eso nadie le creía sus cuentos de viaje. Él, sin embargo, no podía por  menos de contar sus hallazgos fantásticos:
-Una vez en Londres sorprendí al reloj de Westminster cuando se bebe un vaso de whisky pasada la media noche.
-Una vez en el Japón vi cómo los bambúes se paseaban como ibis verdes y pescaban ranas por su cuenta...
Todos sonreían al oír los cuentos del turista excepcional. Pero a él le quedaba la satisfacción íntima de saber que todo aquello que contaba era cierto y seguía haciendo sus viajes de explorador de lo inaudito.

 Sigamos, pues, buscando esos intervalos que se cubren de momentos excepcionales.