La gente ya no pasea por el placer de pasear, por distracción o por ejercicio, con el sano propósito de oír sus ideas, de dejar que sus ojos revoloteen por todo lo que les rodea, de entrar en contacto consigo mismo, descubriendo realidades con las que convive que ignora completamente.
La gente ya no pasea, no, se desplaza y aprovecha ese tiempo para asesinar al silencio a través del teléfono móvil. Ya no hay miradas repletas de curiosidad, ahora nos centramos en sentirnos acompañados mientras dura el trayecto, escuchando palabras huecas que retumban por el eco de un auricular sin ni siquiera prestar atención al mundo que habitamos.
Pero el hombre siempre encuentra un remedio a las enfermedades que él mismo crea. Si la incomunicación llegó a través del engaño de la falsa comunicación, el Intervalo lo hace a través de una función del mismo móvil: la fotografía, y de la palabra como forma de reencontrarnos con el universo de las metáforas que nos dio el aliento de la imaginación.
Un intervalo pretende ir más allá de la explicación lógica y racional que establecen los sentidos al comprobar y justificar el mundo.
Un intervalo surge en el lado menos transitado de la realidad. Allá donde hay un signo claro, una explicación racional de causa y consecuencia, el intervalo brota para establecer relaciones ocultas entre lo que realmente sucede y lo que creemos que sucede.
Para ser como Marinetti, usemos como ejemplo la estatua de la “Victoria de Samotracia”:
Los historiadores explican, desde la óptica de la realidad, la historia de su historia y todos aceptamos la objetividad de la misma.
Un intervalo observa la misma realidad, esperando el fogonazo que le haga acceder al trasfondo del mismo, esa cámara secreta donde habita una explicación paralela que complementa la oficial y que, cuando conecta la imagen con las palabras, surge de entre el lodo de la inconsciencia para decirnos:
Como el amor le dio alas, perdió la cabeza, e incluso los brazos, por él.
Otro ejemplo: a nadie se le olvida cómo el salitre marino actúa sobre los buzones
Hay una explicación lógica para que esto suceda. Un intervalo, sin embargo, aprovecha la realidad que subyace y lo relaciona de otra manera:
Se oxidaba: las letras de los bancos eran todas iguales.
Más ejemplos: obviamente, todo el mundo necesita un sitio para dejar la moto.
Pero al verlo, mi mente asocia esta imagen con otra:
Y de esa asociación surge este intervalo:
El moderno, aunque igual de salvaje, Oeste.
Esta es la propuesta, miren y remiren, armen su mirada y salgan a la caza del intervalo, está ahí fuera, esperando...
Le costó comprender que servían para que la marea subiera
(y bajara, por supuesto)
En época de crisis, los nacionalismos resurgían con viento a favor
¡BUENA CAZA!